miércoles, 3 de diciembre de 2014

COMO PASAR DEL MIEDO A LA CONFIANZA

Una persona rezaba así a María:
 
Espero ante ti. Me asusta a veces el abismo del futuro. La incertidumbre. Las caídas. La soledad. La noche. Hoy te doy mi sí callado. Un sí con temor. Es todo tuyo. Me da miedo perder y morir. La soledad y el frío. Me conoces. Mis sentimientos. Parece evidente. Estoy tan lejos. Mi herida. Mi grieta. Espero. Tanto amor. Tantos sueños. Quiero ir mar adentro. Lo más hondo. El cielo es azul. Como el mar hondo. Vuela el tiempo. Me abrazas. Te abrazo. Me tocas. Te toco. Con risas y lágrimas. Callo y espero. Te miro. Me miras”.
 
Asusta el futuro, surge el miedo, sólo nos queda el abandono en manos de María. Nuestro sí es pequeño, parece que vale poco, pero abre la puerta del infinito. La medida del bien se multiplica. La del mal se perdona en un instante.
 
No hay matemáticas en Dios, nunca supo esa asignatura. Para Dios lo pequeño cuenta mucho, aunque sea poco, aunque no sea nada. Dios se conmueve ante mi fracaso. Se acerca a mí cuando peco.
 
Me perdona antes de que yo me perdone. Sana mi herida antes de que yo sea capaz de reconocer que estoy herido. Me abraza cuando no logro abrir mis brazos. Baja a buscarme cuando no consigo llegar hasta la cumbre.
 
Me ayuda. Me sostiene. Me ama. Me eleva en sus brazos. Me perdona para que aprenda a amar, a ensanchar el corazón. Me perdona siempre y me da cada día una nueva oportunidad.
 
Quiero cansarme cada día, cayéndome y levantándome, pero dejarme la vida en cada hombre desde mi pequeñez y pobreza.
 
Sin esa unión íntima con Jesús, con María, no es posible unir, pacificar, dar luz, crear lazos profundos. La fuerza nos viene de lo alto. Jesús reina desde su pesebre, desde mi pesebre. Ante Él me arrodillo y le adoro.
 
Su poder es el amor que se abaja y muere por nosotros, el amor hasta el extremo. Mi poder también es el amor, ese amor que se da hasta el extremo.
 
Como le decía María Corsini, esposa de Luis Beltrán Quattrocchi, a su hijo: “A Jesucristo se le sigue, si es necesario, hasta dar la vida”.
 
Nuestro amor cambia el mundo. Cuando lo damos hasta dar la vida. Cuando le seguimos sin miedo. Su amor lo transforma todo cuando nos hacemos fermento en la masa. Cuando dejamos que sea Él quien actúe en nuestras palabras y obras.

P. Carlos Padilla para aleteia.org

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